COLUMNA
Juan Carlos Pugliese, en el recuerdo
Por Natalio Pedro Etchegaray
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Una de las personas que influyó decididamente en mi vida, fue el Doctor Juan Carlos Pugliese, que obviamente no necesita de mis elogios para mantener el unánime reconocimiento que logró en la memoria social y política de la ciudadanía, sin distinguir entre correligionarios y adversarios políticos.
En ocasión de cumplirse el centenario de su nacimiento escribí el texto que sigue, y que hoy considero oportuno publicar con motivo de su incorporación a la Plazoleta de las Personalidades de la Municipalidad de Tandil.
Crecí en una familia de arraigadas convicciones democráticas, de profundo respeto por la libertad y la igualdad, convencida de la imposibilidad de lograrla sin la presencia de un Estado que asegure el ejercicio de los derechos del hombre, tanto individuales como sociales con especial énfasis en los derechos políticos, basamento indiscutible del sistema representativo.
Llegué a la militancia efectiva en la Juventud Radical de la ciudad de Tandil, con Juan Carlos Pugliese como Presidente del Comité local y representante ideológico de un radicalismo embarcado en una lucha seria y difícil. Desarrollaba Juan Carlos una actividad de integración entre los distintos sectores que conformaban por entonces le Comité Radical de Tandil: la vieja guardia radical, urbana y rural, los jóvenes y una reciente participación femenina, a los que les arrimaba literatura política y económica, clásica y partidaria, alentando los debates ideológicos y la profundización del ideario radical original, así como la publicación de artículos en boletines de circulación interna, sobre estos temas fundamentales: el petróleo, la propiedad de la tierra, la reforma universitaria de 1918 y su influencia en toda Latinoamérica.
Juan Carlos Pugliese fue en esos años un titánico defensor de la raíz nacional y popular del radicalismo, tarea difícil y muchas veces frustrante frente a un pueblo masivamente peronista, al que respetaba profundamente, a la vez que trataba de demostrar a sus correligionarios, muchos de ellos confundidos en la defensa, ya imposible, de estériles privilegios, que las diferencias entre el radicalismo y el pueblo peronista, no eran esenciales, sino que las diferencias eran con las estrategias de conducción del peronismo, centralista y omnímoda, abusivo de su condición de auténtica fuerza mayoritaria, como la incomprensible obligatoriedad de la afiliación partidaria a todo postulante a un empleo público.
En el frente interno partidario, Juan Carlos ejerció su Presidencia del Comité Tandil respetando a los afiliados de la línea Nacional en sus diferencias con las bases programáticas influenciadas por la renovación que orientaban Lebenshon y Larralde, y que en el orden provincial reivindicaba la línea “celeste” guiada por Héctor Noblía.
Se destacaba en el ejercicio de la función presidencial, sin presiones autoritarias ni eruditas referencias ideológicas, que sin duda las tenía, haciendo hasta la imposible para obtener una decisión partidaria consensuada, ya se tratara de una cuestión local en los cotidianos enfrentamientos entre radicales y peronistas en el Concejo Deliberante, o la divulgación comentada de alguna posición política de las autoridades partidarias, provinciales o nacionales.
Por aquellos tiempos no era fácil para un dirigente radical enrolado en la Renovación mantener el equilibrio entre las justas críticas al peronismo gobernante y el reconocimiento paralelo que se estaban convirtiendo en realidad algunas de las bases programáticas del radicalismo, justamente por la acción de ese gobierno, pero Juan Carlos lo conseguía a fuerza de presencia, persuasión y su impresionante cultura humanística.
También contenía con especial cuidado, pero sin desalentarlas, las inquietudes de los más reformistas, a quienes recordaba que el Partido Radical no era un partido de la clase obrera, mientras les alcanzaba sin ningún temor ideológico algún manual de análisis de “EL Capital”, apostando a enriquecer la formación del afiliado radical.
Yo compartí esos tiempos de intercambio de ideas y propuestas entre antiguos y prestigiosos afiliados como don Juan Luis Calvo y don José A. Cabral y contemporáneos de Juan Carlos como Longin Prat, José Angellillo, Marcelino “Chelo” Tangorra, Juan Roser Isaac, Ovidio Zabala y los jóvenes “Toto” Zeballos, Victor Vulcano, los mellizos Elissondo, los hermanos Isasmendi, Lucas Otano y Américo Reynoso,l que luego fuera primer intendente del período democrático iniciado en diciembre de 1983 que se prolonga hasta hoy, y el elenco femenino fogoneado por Alicia “Tita” Brivio , Celina Lazcano y mi hermana Juana Clara.
En Febrero de 1954 me incorporo como Procurador al estudio del Doctor Juan Carlos Pugliese. Y allí comienza una relación con el hombre, el profesional y el político, que se iniciaba todos los días con conversaciones y enseñanzas que se prolongaron por un lustro, constituyéndose en firme base de mi formación política, cultural y humana.
Al comienzo de esta etapa, Juan Carlos tenía instalado el estudio en su casa particular y esa relación doméstica con su familia, su esposa Soledad Auzmendi y sus pequeños hijos Juan Carlos y Victorino Daniel, me permitió conocer muy de cerca su austera vida privada, en la que no se notaba nada superfluo ni lujoso, ya que no debe incluirse en esas clasificaciones su nutrida biblioteca, poblada de clásicos de literatura, filosofía y derecho, de textos fundamentales de teoría económica, constitucional y política, de historia argentina y del radicalismo en particular.
El influjo de esa relación entre maestro y discípulo y los ingresos de un trabajo remunerado por primera vez en muchos años, me permitieron la compra de los libros que constituyeron la base temática de mi biblioteca. Esto en Tandil lo hacía posible la existencia de dos magníficas librerías: el kiosco “Villar” y la de la Acción Católica atendida por Antonino Pellitero, en las que iempre encontré satisfacción a mis pedidos.
.Al incorporar esa variada literatura a la que Juan Carlos se refería corrientemente en nuestra charlas, comencé a transitar un camino de conocimiento del pasado, de entendimiento del presente y de atisbar el porvenir, con la esperanza de alcanzar alguna vez la calidad y cantidad de sus conocimientos - algo que el paso del tiempo demostró claramente imposible – que le permitían verter opiniones tan valiosas como sensatas, no exentas de humor, muchas veces ácido, que él expresaba en su conversación cotidiana.
A fines de 1954 como consecuencia de su personalidad, trabajo político y consistencia cultural, es electo Senador Provincial por la Quinta Sección Electoral, que integra Tandil.
El convulsionado año 1955 lo encuentra en el ejercicio de ese cargo al producirse los dos golpes contra el gobierno constitucional: primero el del 16 de Junio, en el que pudo llegar a tiempo al Senado, mientras sus correligionarios, y distintos militantes políticos de significación y algunos religiosos, en plena crisis de las relaciones entre Perón y la Iglesia, eran llevados detenidos al Penal de Sierra Chica; y segundo, el del 16 de Setiembre que trajo como consecuencia el derrocamiento y posterior exilio del Presidente Perón.
Por primera vez en muchos años, prohibida la actividad política partidaria, pero presente de alguna manera el triunfo del antiperonismo, tuve ocasión de comprobar su capacidad para entender las situaciones políticas y su profunda fe democrática.
A raíz del rápido desplazamiento del General Lonardi conversamos con Juan Carlos sobre los golpes de estado y las falsas expectativas que pueden generarse cuando triunfalmente se proclama que se lo hace en nombre del pueblo atribuyéndose su representación mayoritaria y en menos de dos meses las diferencias internas mostraban la absoluta falta de un programa común que marcara algo mas que el mero desplazamiento de las autoridades constitucionales.
Durante el año 1956 lapso en que estuve cargo de la dirección de nuestra Escuela Normal Mixta, Juan Carlos fue un consejero y un guía insustituible que demostró su generosidad y nobleza de ánimo, me alentó y asesoró en la empresa, a despecho que la dirección de la Escuela me insumía horas que antes dedicaba a colaborar en las tareas de su estudio.
Pero paralelamente siempre se negó a aceptar los ofrecimientos que le hice para que se incorporara como profesor, argumentando que esa vía de ingreso estaba vedada por razones éticas, dada nuestra vinculación profesional. Y así muchas generaciones de estudiantes secundarios de nuestra comunidad quedaron privados de su invalorable contacto humanístico, en una etapa de la vida, en la que todos los poros de la personalidad se abren como nunca después.
Cuando el General Aramburu prometió que se reabriría la actividad política “ni un minuto antes ni un minuto después”, Arturo Frondizi, Presidente de la U.C.R. a través de la fracción interna mayoritaria, el Movimiento de Intransigencia y Renovación, avanzó decididamente con su candidatura presidencial y aprovechando que la mayoría de convencionales nacionales de la U.C.R eran favorables a su corriente, desiste de aplicar el sistema de elección de candidatos por el voto directo de los afiliados, vieja aspiración del Movimiento de Intransigencia. Según Juan Carlos Pugliese esa decisión fue la principal causa de la división de la Unión Cívica Radical en Unión Cívica Radical Intransigente y Unión Cívica Radical del Pueblo.
Juan Carlos Pugliese no tuvo reparos en alinearse directamente con Ricardo Balbín en la Unión Cívica Radical del Pueblo y en el primer paso electoral, resultó electo convencional constituyente. instalándose la Asamblea en Santa Fe, en el mes de Septiembre de 1957.
Más allá de la proscripción del peronismo y del retiro de muchos convencionales, me consta que Juan Carlos Pugliese pudo sentirse conforme de haber rubricado con su firma una reforma constitucional, que hasta hoy subsiste, aunque no se haya cumplido integralmente, luego de los 57 años transcurridos desde su sanción el artículo 14 bis, que asegura derechos al trabajador, a los gremios y a la familia.
Con la posterior victoria electoral de la UCRI, Juan Carlos cumplió con el compromiso personal que se había impuesto y reiteró tantas veces en sus conversaciones conmigo: volver su mirada y compromiso político al terruño, en este caso Tandil, cuando los resultados de los comicios le cerraban el acceso a cargos electivos en el orden nacional o provincial.
Así, entre 1960 y 1962 fue Concejal y Presidenta del Concejo Deliberante de Tandil y recorrió incansablemente su quinta sección electoral y a veces la geografía provincial completa, casi siempre para acompañar a don Ricardo Balbín en sus visitas de “pueblo en pueblo” y de “casa en casa”, como lo imponía la actividad proselitista en aquellos tiempos.
La elección de 1963, con todas las observaciones de legitimidad que se le pueden hacer por la proscripción del peronismo, muestra como contracara la elección de la fórmula Illía – Perette, cuyo gobierno se constituyó en un ferviente defensor de los intereses nacionales, comprometido sustancialmente en lograr una mayor participación del pueblo en la distribución del ingreso. Esa elección y ese gobierno incorporan definitivamente a Juan Carlos Pugliese a las más altas responsabilidades, primero como Diputado Nacional y luego de diez meses en la Cámara, su designación como Ministro de Economía, sucediendo en ese cargo al fallecido Eugenio Blanco, tornando realidad las declaraciones de Ricardo Balbín que recientemente había dicho: “El gobierno debe ser conducido por los políticos y no por los técnicos; éstos pueden ser un importante aval para orientar al gobierno, pero no deben tener a su cargo las resoluciones”.
Como un símbolo de mi admiración y de reconocimiento por haberme permitido compartir tantos años de su vida ejemplar, pude acompañarlo en su ingreso al Salón Blanco, junto al Presidente de la Nación y los demás ministros.
Seguimos si nuestra relación amistosa, respetuosa de sus funciones públicas, pero envuelta en la fraterna relación anterior, cuando a despecho de su cargo de ministro, licenciaba a su chofer y conduciendo el coche oficial del ministerio me regalaba, en las cuatro horas del viaje a Tandil, sus reflexiones sobre una sociedad más libre, más justa, no sobre la base del éxito económico, tanto individual como de clase, sino sobre el respeto al hombre común y a nuestra identidad amasada en la “mescolanza” del aluvión inmigratorio con los hombres, la tierra y los aires de aquí, proponiendo entonces que todo programa político debe unir las enseñanzas de la historia, la realidad del presente y los ideales de la teoría socio-económica que alimente ese programa.
Al gobierno de Illia no le alcanzó con sus armas morales basadas en la ética política y la defensa principista del patrimonio nacional, y fue desalojado por la fuerza encabezada por el general Onganía, cabeza visible de un golpe armado por los grupos mas concentrados del privilegio económico, la burocracia gremial y los sectores más reaccionarios de la cultura.
Juan Carlos volvió a su estudio de Tandil y a una militancia acotada por la expresa prohibición de la actividad política de la que se jactaba la Revolución Argentina, como se autodenominó este nuevo eslabón de la cadena de alternancia entre democracias limitadas y golpes militares.
Comenzaban a visualizarse los enfrentamientos violentos que protagonizarían esos años que pueden enmarcarse en un problema irresoluto y dominante: el largo exilio de Perón.
Ese escenario complejo comienza a tener un principio de solución con el llamado a elecciones, y ocho años después del golpe que destituyó a Illia, una vez más el pueblo llega a las urnas y es elegido Senador nacional, por su Provincia de Buenos Aires.
Tras 49 días de ejercicio presidencial Cámpora renuncia y mayoritariamente el pueblo elige por tercera vez a Juan Domingo Perón como Presidente de la Nación.
En el ejercicio de su senaduría Juan Carlos Pugliese tuvo ocasión de demostrar, por un lado su firme posición yrigoyenista de respeto por los pueblos americanos, pero no olvidó su pago chico y fue el autor del proyecto de ley que crea la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, obteniendo su sanción en las postrimerías del gobierno de Isabel Perón, en un claro ejemplo de accionar político que le permitió traer para su ciudad y zona de influencia una institución educativa y académica que lo mantendrá para siempre en el recuerdo y reconocimiento de su pueblo.
Ya asomaban los presagios y mas que ellos, la seguridad que estaba por venir nuevamente la noche para la democracia, pero nadie pudo imaginar la realidad de lo que ocurrió a partir del 24 de marzo de 1976, fecha en la que el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” inició lo que constituiría la mas cruenta de las dictaduras cívico militares de la historia argentina.
Prohibido el accionar normal de los partidos políticos Pugliese transcurrió la dictadura ayudando a mantener la esperanza de una nueva vida democrática, acción no exenta de auxilio legal y material a quienes sufrieran persecuciones políticas y a resguardar las estructuras partidarias desde cualquier lugar donde se lo pudiera intentar.
Ya a mediados de 1981 los partidos políticos salen a la superficie y Juan Carlos Pugliese tiene una constante actividad y un seguro protagonismo en el sector del radicalismo que conduce Ricardo Balbín, sin desdeñar su relación con su antiguo compañero cuando ambos eran dos jóvenes diputados: Raúl Ricardo Alfonsín, líder del Movimiento interno de Renovación y Cambio, y a punto de convertirse en el aspirante más firme a candidato a Presidente por el partido radical, en cuanto las condiciones obligaren al gobierno militar a convocar a elecciones.
El radicalismo, el justicialismo, el movimiento de integración y desarrollo, el partido intransigente y la democracia cristina, confluyen en la Multipartidaria, asumiendo Juan Carlos Pugliese, uno de los tres lugares concedidos al radicalismo, otro lo ocupa Raúl Alfonsín y el tercero Juan Trilla. La muerte de Ricardo Balbín, lo lleva a Pugliese a sucederlo y ocupar el primer lugar de su sector interno.
Confirmando los pronósticos preelectorales Raúl Ricardo Alfonsín es elegido presidente de la Nación y Juan Carlos Pugliese Diputado Nacional; su prestigio y trayectoria política lo colocan en la Presidencia de la Cámara, en la que cumple una labor a lo largo de casi seis años, que justifica sobradamente el calificativo de “maestro” que le adjudican tanto correligionarios como adversarios.
A pocos días de incorporarse a la Cámara me comunicó que le había pedido al Presidente que me designara Rector Normalizador de su creación legislativa, la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, ya que ésta había desarrollado su tarea como tal durante el proceso militar.
Justificó Juan Carlos su pedido en la necesidad de dotar a la Universidad de un equipo que mereciera confianza de todos los sectores de la comunidad universitaria, que conociera a fondo tanto el ambiente local como las intenciones del nuevo gobierno y que, recordando aquella etapa de la Escuela Normal, supiera encontrar la forma de manejar la época de transición que se presentaba en el país y en la universidad.
No tuvo que insistir mucho, el apoyo incondicional a la flamante democracia minimizaba cualquier sacrificio familiar o económico y acepté complacido esta oportunidad de estar dentro del mundo universitario y sus protagonistas, en todos los estamentos que la integran, contando además con el apoyo de mi familia y de mis amigos.
Oficialmente se estimó que el período de reorganización de la Universidad y sus Facultades demandaría un lapso aproximado de dos años, pero a comienzos del mes de Abril de 1984 cuando recién había transcurrido un trimestre desde que me instalara en Tandil, Juan Carlos me convoca a su despacho de la Cámara de Diputados y me dice que el Presidente de la República ha decidido que me haga cargo de la Escribanía General del Gobierno que se encontraba vacante. Le argumenté que mi compromiso era con él, que me había encargado la misión de estar al frente de la reorganización de la universidad, pero lo rechazó con un contundente “al Presidente no se le puede decir que no” y así comenzó para mí una nueva etapa profesional .
Su presencia en el acto de mi incorporación a la Escribania de Gobierno presagió simbólicamente el apoyo que realmente tuve en ese período. Durante cinco años tuve a pocas cuadras de mi despacho la posibilidad de consultar y valerme de su consejo y su experiencia, amparadas en la calidad moral de su historia de vida.
Su histórico período a cargo de la Cámara de Diputados de la Nación le valió el total reconocimiento de todos los sectores y cuando el Presidente Alfonsín ya en las postrimerías de su gobierno y acosado por las fuerzas gremiales, políticas y económicas que enfrentó durante toda su gestión, lo convirtió nuevamente en Ministro de Economía, la Cámara no le aceptó la renuncia a la banca y le concedió licencia para ocupar su cargo en el Poder Ejecutivo.
Los difíciles y últimos tres meses del gobierno del presidente Raul Alfonsín contaron con la colaboración de Juan Carlos Pugliese y tuve el alto honor de rubricar los dos actos que enmarcan ese período: el del 4 de Abril de 1989 cuando jura como Ministro de Economía, así como el decreto del 8 de Julio siguiente, en el que se le acepta la renuncia al cargo de Ministro del Interior, para el que lo había designado el 26 de Mayo, luego de ser Ministro de Economía durante 55 días.
Hasta el 10 de diciembre siguiente Pugliese volvió a ocupar su banca y dirigió su actividad como diputado al servicio de una oposición constructiva.
La última gran colaboración de Juan Carlos con el radicalismo, fue ganar la elección interna para ser candidato a gobernador y así enfrentar a Eduardo Duhalde, que paralelamente resignaba su cargo de Vicepresidente de la República.
El 8 de septiembre de 1991 Eduardo Duhalde se impuso en la elección; gallardamente Juan Carlos concurrió a saludarlo esa misma noche y cuatro meses después, en Enero de 1992, anunciaba su retiro de la actividad política.
El 17 de enero de 1994, un mes antes de cumplir 79 años, fallecía en su ciudad de Tandil. Hasta allí fuimos con Nancy a darle el último adiós y a compartir esos momentos con su familia, toda la comunidad tandilense y los correligionarios y adversarios que llegaban con idéntica intención. La Nación perdía a uno de sus más preclaros hombres públicos, símbolo de una etapa y hombre típico del siglo veinte, que se formó en todos los niveles de la escuela pública, que vivió las transformaciones del mundo a partir de la primera gran guerra, el esplendor y decadencia del mundo capitalista sacudido por la crisis de 1930, que abrazó el radicalismo como causa nacional y popular y lucho dentro del partido para conseguirlo, que entendió al pueblo peronista y que cuando tuvo acceso a los cargos públicos, ya fueran los mas altos en la esfera nacional, como en los mas modestos de su medio local, no se movió un paso de su estilo de vida, austero en lo personal, familiar y social y enormemente rico en su cultura, que sabiamente aplicaba para comprender los cambios sociales que en su larga vida política lo tuvieron como agudo intérprete y protagonista, como cuando el pueblo así lo disponía y resultaba electo para algún cargo legislativo o se le encomendaba una misión ejecutiva.