PISA la realidad, culpa al mensajero, excluye al otro
Por Juan Carlos Pugliese
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El debate sobre el estado de la educación argentina desvía la atención sobre los problemas reales.
La crítica se centra en la metodología de los instrumentos de medición que se vienen aplicando desde hace muchos años. Dispositivos internacionales (OCDE/PISA), regionales latinoamericanos (Unesco/Serce), nacionales (ONE), cuando lo que debiéramos es enfocarnos en la necesidad de mejorar con la información disponible ya que es mucho lo que se puede hacer.
Como dice Juan Carlos Tedesco, debemos centrar el debate “en estrategias para la enseñanza y el aprendizaje de la lectura y la escritura, de las matemáticas y las ciencias exactas y naturales, de los valores ciudadanos que promuevan adhesión a la democracia y a la justicia social. Nos debemos un serio debate acerca de la formación, carrera y las condiciones de trabajo de los docentes, que son la clave para políticas de mejora de la calidad. Asimismo deberíamos estar discutiendo públicamente la transformación de la escuela secundaria, las estrategias para la educación inicial obligatoria o las políticas para la incorporación de las tecnologías de la información.”
La exclusión de Argentina de las pruebas PISA nos informa que se han toqueteado por parte del gobierno anterior los instrumentos, reiterando el desapego por las estadísticas y la imprescindibilidad de los datos para la formulación de políticas públicas. Frente al dato lo que no corresponde es la neutralidad: el 100 % de los chicos de 5 años están en la escuela. El 50 % no termina la educación obligatoria (secundario), de los que la terminan, la mitad tiene problemas de comprensión de texto y dificultades de expresión. 9 de cada 10 que no terminan corresponde al sector más desfavorecido.
La contundencia del dato nos obliga a ponernos de acuerdo en la transformación de la escuela y la educación junto a la reducción de la brecha de desigualdad que rompe el entramado social.
Se trata de un tema político central, no de una cuestión técnico pedagógica.
La centralidad del conocimiento nos interpela encarar una política educativa con fuerte innovación y que rompa el círculo vicioso de una educación pobre para pobres.
Necesitamos escuelas bien dotadas, abiertas a la participación de todos, con docentes bien formados y actualizados, con remuneraciones adecuadas y programas de estudio que incluyan la formación básica y capacidades para el ingreso al sistema productivo. Si éstos son los objetivos que compartimos, éstas son las variables que debiéramos medir en todos los operativos de evaluación y comparación.
El dato resultante debe ser un elemento fundamental para la aplicación de políticas concertadas que alejen la educación de la competencia política porque es un tema central en el que se juega nuestro destino como nación.
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