La máquina del tiempo
Imaginemos que nos encontramos con nuestro automóvil en viaje de aventuras a través de una ruta muy poco conocida. Nos detenemos en una estación de servicio, y mientras cargamos combustible le preguntamos a quien nos atiende a qué distancia se encuentra el próximo pueblo. Si la respuesta fuese de unos 70 kilómetros, tendremos entonces una clara e inmediata noción a la que nos encontramos respecto de dicho poblado. Pero si el buen servidor, y sin faltar a la verdad, nos expresase “unos 70 millones de centímetros”, no sólo nuestra noción acerca de esa distancia no sería inmediata sino que hasta sospecharíamos de la salud mental del susodicho. Análogamente, sería muy extraño si al largo de un escritorio lo describiríamos a partir de unos 0,0013 kilómetros en lugar de los equivalentes 1,3 metro.
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Está claro que en función de las magnitudes que uno necesite cuantificar, hay unidades que son más útiles, más representativas que otras. Para distancias entre ciudades y/o países, los kilómetros son las adecuadas. Para dimensiones de una casa, los metros (metros cuadrados). Mientras que para el análisis de gráficos en mapas y manualidades en papel, seguramente los centímetros y milímetros serán los apropiados.
Incluso para la distancia a la Luna, los planetas del sistema Solar o el mismo Sol, son los kilómetros los que habitualmente empleamos. Así es que las Apollo recorrieron tan sólo de ida unos 384.000 kilómetros para poder descender sobre nuestro satélite natural. Marte, uno de los planetas más cercanos a la Tierra (el otro vecino es Venus) se encuentra a unos 80 millones de kilómetros. El Sol, a unos 150 millones y Plutón, que hasta el año 2006 era el planeta principal más lejano del sistema, unos 5.000 millones.
Ahora bien. Todos sabemos que el sistema Solar es el patio trasero de nuestro lugar en el universo; parafraseando a Carl Sagan, se trata tan sólo de la orilla de un inmenso mar cósmico. Cabe preguntarnos respecto de la distancia a la que se encuentra la estrella más cercana luego del Sol. Ella se denomina Próxima Centauri, y la tenemos a unos 40 billones de kilómetros, es decir, 40 millones de millones de kilómetros. ¿Y que hay de Andrómeda? De las cientos de miles de millones de galaxias existentes en el universo, Andrómeda (o M31) es una espiral gigante ubicada entre las 40 más cercanas a la Tierra. De todas maneras, en astronomía, lo de “más cercana” nos puede jugar una mala pasada ya que la distancia que nos separa de Andrómeda es de unos 24.000.000.000.000.000.000 de kilómetros es decir, 24 trillones.
Es tan inmenso el universo que evidentemente los kilómetros dejan de tener sentido al intentar medir distancias entre los cuerpos que lo componen. Es por ello que los astrónomos inventaron una unidad mucho más útil, más cómoda. Una unidad de la que habrás escuchado hablar muchas veces. Se trata del Año Luz (AL). Evidentemente, y aunque parezca sonar a engaño, el AL no es una unidad de tiempo sino justamente, de distancia. El AL es la distancia que recorre la luz a lo largo de un año. Hagamos entonces una simple cuenta. La velocidad de la luz es, en “números redondos”, de unos 300.000 km/seg. ¿Impresionante verdad? De hecho, es la máxima velocidad existente en el universo. Si un año tiene aproximadamente 31.536.000 segundos, entonces en ese lapso de tiempo la luz recorrerá la increíble distancia de unos ¡9,4 billones de kilómetros!. Así que, está todo dicho, en lugar de expresar 9,4 billones, escribiremos 1 AL (un Año Luz).
De esta manera, podemos comenzar a realizar algunas cuentitas muy simples y curiosas. Por ejemplo, la estrella más cercana a la que hicimos referencia en el inicio de la nota, Próxima Centauri, se encuentra a 4,24 AL. El Sol, a unos 8 minutos luz, y la Luna, a tan sólo 1,3 segundos luz.
Te pido ahora que te percates de una singular situación. La Luna se encuentra a 1,3 segundos luz porque en ese lapso de tiempo (1,3 segundos), la luz solar reflejada por la superficie lunar recorre los 384.000 kilómetros que la separa de la Tierra. Pero entonces, esto implica que al observar la Luna, lo estamos haciendo tal cual era hace unos 1,3 segundos. Análogamente, al observar el Sol, estamos recibiendo una imagen del mismo tal cual era hace unos 8 minutos. Ya te habrás dado cuenta que al apuntar nuestro telescopio a Próxima Centauri, la estaremos viendo como era hace un poco más de 4 años. Y cuanto más nos alejamos, más Años Luz viajamos, más distante son los objetos que observamos y por consiguiente, más antiguos son.
Hoy en día, los objetos más distantes que estamos observando se encuentran a más de 13.000 millones de AL. De hecho, el objeto más lejano se encuentra a 13.400 millones de AL. Se trata de una galaxia descubierta con el Telescopio Espacial Hubble, ese maravilloso instrumento tecnológico que nos ha permitido cambiar sustancialmente nuestra percepción cosmológica. Al observar esta galaxia, no estamos más que disfrutando de un objeto tal cual era hace 13.400 millones de años. En otras palabras, cuanto más distante observamos, más atrás en el tiempo lo hacemos. Observar el cielo nocturno es, literalmente, viajar en el tiempo. No es una frase poética, es un hecho contundente. De hecho, quizás, más de alguna estrella que titila por la noche hoy ya no exista como tal.
Es muy probable que te asalte la idea de lo que podría ocurrir al intentar observar objetos cada vez más lejanos. Con el avance tecnológico podríamos viajar más y más atrás en el tiempo. Y de esto se trata cuando construimos telescopios cada vez más potentes. El Hubble posee un espejo de 2,4 metros de diámetro (cuanto más grande su diámetro, más importante resulta un telescopio). Pues bien, el nuevo telescopio espacial pronto a ser lanzado, el James Webb, tiene un espejo de 6,5 metros de diámetro. ¿Te imaginás lo que podremos observar con este instrumento? ¿Te llena de curiosidad saber lo que podríamos detectar si tuviésemos la capacidad de observar objetos casi tan lejanos como la misma edad del universo? ¿Cómo sería ese universo tan joven? ¿De qué manera comenzó a formarse? Si estas curiosidades e inquietudes cruzan tus pensamientos, entonces comprenderás muy bien la enorme expectativa que sentimos los astrónomos en función de lo que nos depararan los próximos años.
* Director de Gestión Planetario Ciudad de La Plata
Licenciado en economía de la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Economía (Ph.D.) por la Universidad de Michigan (EE.UU.). Director del Instituto de Economía de la Unicen. Profesor full-time en la UTDT y director del Centro de Investigación en Finanzas (CIF) - UTDT.
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