La clave para el desarrollo de la nación
Como habitantes de la República Argentina, tenemos por delante el mayor de los desafíos: desarrollarla y convertirla en una gran potencia. Y esto, aunque la coyuntura haga que nos parezca prácticamente imposible, desde el punto de vista de quien redacta estas líneas no lo es en absoluto. Es más, no debemos hacerlo por nosotros, los adultos, sino más bien por nuestros hijos y las generaciones venideras. Considero que aquí aparece ya uno de los grandes inconvenientes de la propuesta.
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En términos generales, continuamente estamos pensando en el hoy, en la manera en cómo lograremos “salvarnos” y muy pocas veces en lo que debemos o podemos hacer para dejar un país mucho mejor a nuestros nietos en 20 ó 30 años. ¿Es difícil resignar el hoy por el futuro a mediano plazo? Por supuesto, no cabe la menor duda. Pero así es el diagnóstico.
Al momento de buscar modelos con el fin de indagar acerca de las metodologías y recetas que las grandes naciones implementaron para convertirse en lo que son, países desarrollados y con alta calidad de vida, encontramos que en todas ellas, absolutamente en todas, la educación, la ciencia y la tecnología han sido vitales en ese camino hacia la prosperidad. Lo interesante de observar es que en el conjunto de esas naciones, encontramos los más diversos territorios, algunas con grandes extensiones y otras con muy pocos kilómetros cuadrados en comparación a nuestro país. También pueden observarse que algunos de estos países son muy ricos en recursos naturales mientras que otros, no corren tanta suerte al respecto.
Permítanme contarles algunas historias para contextualizar este artículo. Ríos de tinta se han escrito acerca de la aerolínea de bandera argentina. Ya sea a favor de la anterior o de la presente gestión gubernamental nacional, Aerolíneas Argentinas estuvo (y está) en el tapete de la información. Es aquí en donde aparece la enorme importancia de poder contar con una flota propia y eficiente. De alguna manera nos duele tener que comprar aviones no sólo a EE.UU. o a Europa, sino a nuestro propio vecino Brasil. Es que las aeronaves del vecino sudamericano, Embraer, son productos excelentes. Tal es así que es la tercera compañía aeronáutica más importante del mundo, luego de las gigantes Boeing (EE.UU.) y Airbus (Europa).
La idea de Embraer nació en la década del ’40, y fue recién en 1969 que se fundó la empresa y comenzó el desarrollo de los aviones propiamente dichos. Me provoca una enorme desazón pensar que en Argentina, la Fábrica de Aviones de Córdoba hacia fines de la década del ’40 ya había diseñado y construido el que fue el sexto avión a reacción del mundo, el emblemático Pulqui II. ¿Tomó dimensión de las fechas, verdad? Junto al Pulqui II y otras aeronaves, se fabricaban motocicletas y autos. Todo quedó en ruinas hacia fines de la década del ’50. Lisa y llanamente perdimos la oportunidad de convertirnos en la potencia aeronáutica e industrial que debimos y pudimos ser.
Como tantos otros países, estamos asombrados con el nivel educativo de Finlandia, considerado el mejor sistema del planeta. Finlandia contaba con una buena estructura desde fines de los ’50, pero aun así los finlandeses observaban ciertas falencias.
A partir de entonces y por el lapso de 20 años debatieron y concensuaron entre gobierno, docentes e incluso los mismos estudiantes, un nuevo sistema educativo. Comenzaron a implementar la nueva propuesta en distintas regiones en diferentes momentos, de tal manera que pudiesen comparar los resultados obtenidos por ambos sistemas. A principios de este siglo, los estudiantes finlandeses ya brillaban por su capacidad de aprendizaje y razonamiento. Según ellos, uno de los secretos no sólo radica en que sus docentes son excelentemente pagos, sino que además son profesionales de la más alta calidad. Ser docente en Finlandia es una actividad de altísima calificación.
Nuevamente me atrapa un sentimiento de congoja al saber que nuestro país contó por muchas décadas con el sistema educativo por excelencia líder en Latinoamérica y uno de los mejores en el mundo. También vale decir que desde el regreso de la democracia en 1983, ya hemos pasado por tres estructuraciones distintas, y estamos por comenzar la cuarta, absolutamente todo en el lapso de tres décadas. Usted saque sus propias conclusiones.
Algo muy interesante de agregar respecto de lo realizado por Finlandia en términos educativos es que se trata de un país geográficamente pequeño, con pocos recursos naturales y rodeado de potencias. Esto llevó a los finlandeses a tomar conciencia que la inversión por excelencia que debían realizar era justamente en lograr la mayor capacidad intelectual en sus niños y jóvenes, de manera de convertirlos en líderes en el marco de una economía globalizada. Creo que aquí radica una de nuestras dificultades.
Ventajas competitivas como las que encontramos en nuestro país, paradójicamente se vuelven contraproducentes. Mientras que en Argentina siempre tenemos una vaca para “exprimir”, en Finlandia sólo podían “invertir” en educación. Lo lograron. La conclusión es que en este país del norte de Europa, la educación no fue un gasto, un costo, sino una necesidad imperiosa. Claro está, tomaron conciencia que les llevaría décadas. En nuestro caso, siempre buscamos el resultado a corto plazo, a lo sumo en no más de una década.
En 1969, el mismo año en que el hombre pisaba por primera vez la Luna, Argentina se convertía en el cuarto país en la historia en enviar un mono al espacio y regresarlo sano y salvo. Como producto de una década de investigaciones iniciadas oficialmente con la creación de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales en 1960, el vuelo del mono Juan representó un logro extraordinario para nuestra nación, solo comparable con lo logrado hasta ese entonces por EE.UU., la Unión Soviética y Francia.
Parece extraño, pero así fue la historia. Los desarrollos y una diversidad de vuelos con diferentes cohetes argentinos continuaron a lo largo de los siguientes años hasta que en la década del ’90, el desarrollo de lanzadores quedó literalmente desmantelado. Con los años, y ya entrado el siglo XX, nuevamente pusimos marcha a nuestros sueños de alcanzar el espacio con satélites y cohetes propios. La serie de satélites SAC y ARSAT, como así también los cohetes VEx y Tronador son muestras cabales de lo que nuestros técnicos y científicos son capaces de realizar al momento de contar con las condiciones mínimas y necesarias para ejecutar sus habilidades. Lo único que uno espera es que en algún momento podamos lograr contar con un mínimo de coherencia y claridad intelectual para aprender de la historia y no tropezar dos o tres veces con la misma piedra.
En la actualidad, cualquier persona medianamente informada comprende la importancia de la codificación del ADN. El Proyecto del Genoma Humano (PGH) nació en 1990 como resultado de grandes países, entre ellos, EE.UU. Se estipuló obtener resultados luego de 15 años, aunque el primer borrador apareció 10 años después. Al momento de ser proyectado, se sabía que sería investigación básica, aunque con los años se traduciría en ciencia aplicada y redundaría en beneficios económicos.
La inversión realizada por el país del norte rondó los 3.800 millones de dólares. A fines del año 2010, habían obtenido ingresos por la increíble suma de 796.000 millones (244.000 millones en ingresos directos y casi 4 millones de empleos por año). En otras palabras, por cada dólar invertido, EE.UU. recuperó 141. Pero a mi criterio, una de las cuestiones más importantes es que el PGH fue logrado a lo largo de tres presidencias (Bush padre, Bill Clinton, y Bush hijo). Resultados extraordinarios logrados solo como proyectos a mediano plazo continuados en distintas administraciones. Ahora, le pido que respire hondo.
Le recuerdo que este extraordinario resultado, el cual permitirá clonar órganos vitales para futuros transplantes (como un sólo ejemplo de su potencial) comenzó con una inversión inicial de 3.800 millones de dólares, lo que representa aproximadamente un tercio de lo que como país hemos abonado a los acreedores externos a principios de este año. Sí, leyó bien. Lo que me lleva a pensar sin temor a equivocarme que el problema en Argentina no se encuentra en la financiación sino en particular en no poder articular un proyecto al menos a lo largo de tres presidencias. Creo que más ingenieros y científicos deberían ocupar las bancas del Congreso Nacional.
Al menos en ciertos denominadores comunes, la historia se repite. En la década del ’60, a los científicos los echamos de las universidades literalmente con largos bastonazos por la cabeza, entre ellos al premio Nobel de medicina César Milstein (logrado en 1984 como investigador en EE.UU.). En los ’90 sufrimos la mayor fuga hacia el exterior de los cerebros más brillantes del país. Y en estos precisos momentos, y en función de una notable disminución del presupuesto en ciencia y técnica, los temores se acrecientan.
Si tan sólo pudiésemos tomar conciencia como sociedad en su conjunto (no sólo la dirigencia política) que en la educación, la ciencia y la tecnología está la clave para convertirnos en una potencia mundial, el camino estaría allanado. Pero claro, para ello las propuestas y programas deben realizarse con el consenso de todos los sectores socio-políticos, ya que superan en creces a las administraciones gubernamentales por separado. Allí está la clave. No en la financiación, sino en superar nuestros egos y pensar la nación en su conjunto para las futuras generaciones.
* Director de Gestión Planetario Ciudad de La Plata
Licenciado en economía de la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Economía (Ph.D.) por la Universidad de Michigan (EE.UU.). Director del Instituto de Economía de la Unicen. Profesor full-time en la UTDT y director del Centro de Investigación en Finanzas (CIF) - UTDT.
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