El mítico vuelo del Apolo 11
Mañana se cumplirán 47 años del primer alunizaje humano. A mi criterio, el programa espacial Apolo con el cual los Estados Unidos de América posaron 12 hombres en la Luna en el lapso de dos años y medio, representa la más espectacular de las aventuras humanas hasta el momento.
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¿Cómo dimensionar lo que significó este desafío? Una posibilidad es a partir de algunos números. Por ejemplo, que se necesitó de unas 400.000 personas afectadas al proyecto para poder llevarlo a cabo. O que el extraordinario Saturno V, cohete responsable de semejante hazaña, tuviese el escalofriante tamaño de las mismas torres de la catedral de la ciudad de La Plata (111 metros; en realidad, el Saturno V medía 110,6 metros).
Podemos continuar con innumerables cifras en tal sentido. Seis misiones fueron las que alunizaron con éxito, siendo Apolo 13 la única que falló en su intento. Sin duda, la más famosa fue la 11. En ella, el comandante Neil Armstrong puso por vez primera una huella humana en suelo selenita, para quedar en la posteridad de todas las generaciones. ¿Pero cómo fue ese mítico viaje?
El Saturno V constaba de tres etapas, es decir, tres cilindros encastrados uno por encima del otro. Eran ni más ni menos que tanques de combustible. La primera etapa se utilizaba en los primeros minutos del lanzamiento. Era la más poderosa y posibilitaba que semejante mole pudiese levantarse y comenzar su escalada. Una vez consumida, se desacoplaba de la nave y caía al mar Atlántico. Allí se encendía automáticamente la segunda etapa, con lo cual la nave lograba alcanzar una mayor altura. Al consumirse toda esta segunda parte, se encendía la tercera.
Con este tercer encendido, la nave lograba alcanzar una órbita terrestre circular. En dicho momento, los astronautas apagaban esa tercera etapa (con un gran resto de combustible). En órbita circular -denominada “órbita de estacionamiento”- el personal en Tierra y los propios astronautas aprovechaban para chequear todos los sistemas. Luego de aproximadamente dos órbitas y media, se encendía nuevamente la tercera etapa con el fin de enviar la nave hacia la Luna.
Se aceleraba la nave de tal manera de que lograse escapar de la gravedad terrestre. Esta acción, la de colocar la nave en trayectoria lunar, se denominaba “Inserción Translunar” (ITL).
La trayectoria lunar tenía dos características fundamentales: 1) cuando se acelera la nave hacia la Luna, no se debe “apuntar“ hacia donde se encuentre ésta en ese momento, ya que al momento en que llegue la nave (un par de días), la Luna ya no se encontrará en dicho lugar. Por lo tanto, sabiendo el tiempo que necesita la nave en recorrer la distancia que la separa de la Luna, se debe calcular la posición en la que se encontrará nuestro satélite en ese tiempo en cuestión.
Este procedimiento es como querer arrojarle una pelota a una persona que está corriendo. Sabemos todos que si la persona sigue su carrera en determinada dirección, si queremos que ella atrape la pelota, deberemos arrojarla en una posición distinta a la que se encuentra en el momento del envío.
En otras palabras, debemos adelantarnos a la posición lunar. 2) la trayectoria que siguió el Apolo 11 se denominaba “de libre retorno”. Esto hizo que la nave pasase a una determinada distancia de la Luna la cual le permitiese, al ser atraída por su gravedad, que no “siga de largo” (nunca más regresaría a la Tierra), ni que tampoco “cayera” sobre la superficie lunar (se estrellaría).
En este tipo de trayectoria, la misma gravedad lunar hace que la nave sea atraída, “pegue la vuelta” por detrás del satélite, y sea lanzada nuevamente en camino a la Tierra (todo por acción gravitatoria sin usar ningún encendido de motor). Esto se hacía para que, si hubiese algún problema de encendido del motor, los astronautas pudiesen regresar sanos y salvos a Tierra. De hecho esto fue lo que salvó justamente a los astronautas del Apolo 13.
Una de las partes más interesantes del viaje a la Luna es la relación entre la gravedad terrestre y la lunar. Cuando la nave inicia su rumbo a la Luna (con la llamada ITL), lo hace a unos 40.000km/hora aproximadamente, a partir del encendido durante un par de minutos de la tercera etapa.
Luego el motor se apaga y la nave continúa, por inercia, con su viaje. A medida que la nave avanza, la gravedad terrestre la va frenando. Existe un punto entre la Tierra y la Luna (no equidistante sino más cerca de la Luna que de la Tierra) en donde la gravedad terrestre se compensa con la gravedad lunar.
Todos los cálculos del viaje están hechos para que la nave llegue a ese punto con poca velocidad, la cual le permita pasar dicho punto y de esa manera, que la gravedad lunar comience a ganarle a la terrestre y por ende comience a acelerarse hacia la Luna.
Una vez que el Apolo 11 comenzó a ganar velocidad hacia la Luna, para descender en ella fue necesario “sacarla” de la trayectoria de libre retorno con el fin de entrar en órbita lunar. Para ello debía frenarse por medio del encendido de los motores cuando la nave se encontrase en la parte oculta de la Luna. Y así lo hicieron. La nave se separó en dos partes. Una quedó en órbita lunar con un astronauta (Collins), y la otra descendió con dos de ellos (Armstrong y Aldrin).
El domingo 20 de julio de 1969, durante la noche argentina, fue el momento en que Armstrong descendió la escalerilla del módulo lunar “Aguila” y con un pequeño paso pronunció su histórica frase. Luego de unas horas, despegaron de la Luna y se acoplaron con el compañero que quedó orbitando.
Para volver a Tierra, debían hacer lo mismo que hicieron días antes pero en sentido inverso, es decir, “liberarse” de la gravedad lunar y comenzar su viaje de retorno a la Tierra.
El emblema del Apolo 11 es el único en la historia espacial (de todos los países) que no posee los nombres de sus tripulantes. Los mismos tres viajeros lo decidieron, argumentando que se trataba de un viaje de toda la humanidad. Así fue, y así lo recordamos.
* Director de Gestión Planetario Ciudad de La Plata
Licenciado en economía de la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Economía (Ph.D.) por la Universidad de Michigan (EE.UU.). Director del Instituto de Economía de la Unicen. Profesor full-time en la UTDT y director del Centro de Investigación en Finanzas (CIF) - UTDT.
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