El legado de Rosetta
En 1799, sobre el delta del río Nilo, más precisamente en las cercanías de la localidad de Rashid (Rosetta), se produjo uno de los descubrimientos más importantes de la historia. Una piedra contenía básicamente el mismo mensaje pero con distintas escrituras. Entre ellas, en jeroglíficos egipcios y griego antiguo. Fue así que la Piedra de Rosetta -tal como se la denominó- nos permitió descifrar el mensaje de la majestuosa civilización egipcia. Desde entonces, la Piedra de Rosetta es sinónimo de entendimiento y comprensión.
Recibí las noticias en tu email
Como especie, los humanos siempre nos hemos preguntado acerca de nuestros orígenes. ¿De dónde venimos? ¿Cómo hemos aparecido sobre la faz de este planeta azul? En definitiva, y extrapolando dichas preguntas hacia tiempos pasados más lejanos, nos interrogamos respecto de uno de los más grandes misterios que inquieta en gran manera a nuestras mentes: el origen de la vida. Y en tal sentido, hemos intentado encontrar una nueva Rosetta, pero esta vez en los cielos.
De acuerdo al conocimiento que tenemos sobre la vida, el agua es un ingrediente fundamental para la existencia de la misma. De hecho, creemos que la vida en nuestro planeta se inició precisamente en los océanos. Y es aquí en donde reside uno de los grandes misterios de nuestros tiempos. Analizando las características físicas del resto de los planetas del sistema solar, vale preguntarnos respecto de la Tierra ¿cómo es que se formaron los mares? ¿de dónde provino semejante cantidad de este elemento tan vital para nuestra existencia? Realizarnos estas indagaciones implica comenzar una cacería a través del tiempo y del espacio.
De los cuerpos celestes más cercanos a la Tierra, los cometas podrían convertirse en la nueva Piedra de Rosetta en esta búsqueda incesante, ya que no solo contienen grandes cantidades de agua sino que además poseen los ingredientes químicos que posibilitaron la vida. A todo esto debemos tener en cuenta que al momento de formarse el sistema Solar y por ende, la Tierra, las colisiones entre ésta y cometas y asteroides se producían en gran cantidad. Cometas con agua e ingredientes químicos “vitales”, colisionando con un planeta en formación que luego de miles de millones de años posee vida originada en sus océanos. Evidentemente el rompecabezas toma forma en gran manera.
La Agencia Espacial Europea (ESA) ha dedicado gran parte de su esfuerzo en las últimas décadas a diseñar, construir e implementar misiones a cometas. La primera fue la sonda semiautomática Giotto, la cual visitó el cometa Halley en marzo de 1986, acercándose a poco menos de 600km de su núcleo. Se obtuvieron fotografías sin precedentes, y por vez primera pudimos observar muy de cerca a estos fascinantes objetos. Pero en 2004, la ESA lanzó una nueva sonda cuya misión sería mucho más audaz que su antecesora. El cometa a visitar fue el 67P/Churyumov-Gerasimenko, un objeto de unos 4km de ancho, descubierto por Klim Churyumov y Svetlana Gerasimenko. La nave, llamada Rosetta, arribó a su objetivo luego de una década de viaje, en agosto de 2014. El encuentro se produjo cuando 67P se encontraba entre las órbitas de Marte y Júpiter. Teniendo en cuenta la distancia entre la Tierra y dicha zona, la duración del viaje (una década) fue bastante extensa. ¿El motivo? Las rutas más cortas -entiéndase, eficientes en términos energéticos- en el espacio, no son rectas, sino curvas. Sin astronautas a bordo, podemos tomarnos un tiempo relativamente largo para llegar a destino a un costo relativamente bajo.
Fue así entonces que Rosetta necesitó el impulso gravitatorio (“un empujón”) en tres ocasiones con la Tierra, una vez con Marte, y dos veces en distintos asteroides. De esta manera, Rosetta fue realizando una serie de giros alrededor de todos estos cuerpos con el fin de ganar cada vez más velocidad y arribar a destino luego de 10 años utilizando la menor cantidad de combustible posible.
Pero si bien la intrincada ruta de Rosetta es digna de admiración, no menos asombroso resultó ser su módulo de descenso, llamado Philae. Rosetta era una especie de nave doble compuesta por un orbitador –la nave nodriza- la cual quedó orbitando el cometa, y una parte más pequeña, encargada de descender sobre éste. Por vez primera pudimos descender sobre un cometa. Con Rosetta inventamos el verbo “acometizar”. Se trató de una misión sin precedentes, con todo lo que esto implica.
¿Por qué tanto interés en estudiar a 67P? Los cometas representan cabalmente lo que ha sido nuestro sistema Solar primigenio. Conformados básicamente por rocas cubiertas de hielo, no han sufrido prácticamente modificación alguna desde entonces. Esto implica que, al analizarlos, tengamos información directa respecto a las características de los elementos químicos con los cuales se formaron el Sol, los planetas y el resto de los cuerpos que conforman nuestro barrio cósmico. Y por supuesto, lo que ya hemos mencionado en cuanto al agua y la vida. Son algo así como “cápsulas del tiempo”.
Una de las primeras observaciones interesantes de Rosetta tuvo que ver con la forma de 67P, ya que su extraña morfología parecía indicar que se trata de la unión de dos cuerpos. Es decir, uno adosado al otro. Con los meses, y a medida que Rosetta orbitaba el cometa, fuimos descubriendo que contenía cráteres, profundos acantilados y rocas de distinto tamaño. Una de sus principales tareas fue fotografiar con detalle toda la superficie a fin de encontrar un buen lugar para hacer descender a Philae, lo cual se produjo el 12 de noviembre de 2014.
Dicho descenso fue algo traumático ya que un cometa posee una gravedad muy baja y por lo tanto el módulo contenía una serie de arpones que se dispararían y clavarían en el suelo del cometa. Esto no se produjo y Philae comenzó a rebotar hasta que finalmente se detuvo en un lugar algo oscuro, con poca luz solar. Con este intrépido viajero, pudimos determinar que la superficie del cometa era mucho más dura que lo que se pensaba y que poseía moléculas muy variadas y algunas de ellas, como las que dieron origen a la vida terrestre.
Más allá de los estudios propios de Philae, Rosetta tomó muestras del gas y polvo que 67P despedía a medida que se acercaba al Sol y por lo tanto, comenzaba a subliminarse. Esto posibilitó algo realmente extraordinario: el poder apreciar el cambio que sufre un cometa en función de su distancia al Sol. Ocurre que a medida que un cometa se acerca a la estrella, la radiación solar que recibe hace que comience a desprender material superficial y que se le forme su característica cola.
Posteriormente, a medida que se aleja, comienza el proceso inverso. Con Rosetta pudimos observar todos estos cambios in-situ. Otro de los grandes resultados de su misión fue determinar que el agua de 67P no era exactamente la misma que la de los océanos terrestres. Finalmente, y luego de 786 días alrededor de 67P, y al igual que Philae, Rosetta acometizó el pasado 30 de septiembre, culminando una de las más extraordinarias misiones espaciales de todos los tiempos.
En junio pasado tuve la grata oportunidad de conocer personalmente al Profesor Klim Churyumov, quien me contó no sólo la gran aventura de Rosetta sino en particular su propia historia alrededor del descubrimiento de 67P.
En el código QR que adjuntamos podrás apreciar una hermosa animación que realizó la Agencia Espacial Europea respecto de esta misión. Se trata de 9 cortos animados de no más de 4 minutos cada uno. Espero que los disfrutes. Se trata ni más ni menos que esas misiones que serán recordadas por todos los tiempos.
* Director de Gestión Planetario Ciudad de La Plata
Licenciado en economía de la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Economía (Ph.D.) por la Universidad de Michigan (EE.UU.). Director del Instituto de Economía de la Unicen. Profesor full-time en la UTDT y director del Centro de Investigación en Finanzas (CIF) - UTDT.
Este contenido no está abierto a comentarios