Belisario, nuestro pequeño gran héroe del cosmos
El alcanzar los cielos fue por siempre un gran objetivo que persiguieron generaciones enteras. Si bien sería imposible describir en estas líneas todos esos sueños e intentos para concretarlo, cómo no hacer referencia al menos a los maravillosos inventos de Leonardo o al primer vuelo hace poco más de un siglo de los hermanos Wright. Por supuesto, en nuestra lista no podrían faltar de ninguna manera Jorge Newbery, el pionero de la aeronáutica argentina o el mismísimo Eduardo Olivero, un orgullo para todos los tandilenses, ya que nuestro coterráneo se convirtió en el primer aviador en unir Buenos Aires con New York allá por el año 1926.
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Las mismas ansias por conquistar los cielos se trasladaron al espacio. Quedaba claro que de ninguna manera la atmósfera terrestre se convertiría en una frontera infranqueable para los grandes e intrépidos exploradores. En América, Asia y Europa surgían talentos cada uno con sus proyectos personales siempre en busca de ir cada vez más alto. Fue así que en ambos lados del Atlántico se dieron los primeros pasos concretos en pos de “alcanzar las estrellas” a partir de los trabajos del estadounidense Robert Goddard y el soviético Konstantin Tsiolkovsky.
En Alemania, Wernher von Braun diseñaba y fabricaba el que sería el primer misil (tristemente) exitoso, la famosa V2, un arma letal con la cual Hitler bombardeó Londres desde la costa francesa. Luego que se viese obligado a poner todo su ingenio al servicio del régimen nazi, el científico germano pudo enfocarse en su verdadero objetivo de vida a partir del programa Apollo de la NASA. De todas maneras, vale decir que el viajar a la Luna no se debió a los sentimientos románticos (si vale la expresión) de estos exploradores seriales sino más bien a una contienda bélica. A fin de cuentas, la guerra fría iniciada en la década del ‘50 entre las dos superpotencias de aquellos años posibilitó que Neil Armstrong se convirtiese en el primer humano en caminar en otro lugar más allá de la Tierra. En este nuevo contexto mundial, la ex-Unión Soviética y los Estados Unidos de América se habían convertido en los primeros dos y únicos países en enviar seres vivos al espacio (animales y seres humanos). Francia sería la tercera nación en lograr un objetivo similar con el lanzamiento de una rata en 1961.
Estas historias conocidas por muchos se contrastan con las que realmente deberíamos conocer. Una vez más se produce una extraña paradoja por la cual en el acervo cultural contamos con más conocimiento acerca de países extranjeros que respecto del nuestro.
Como resultado del proceso que muchos suelen denominar “colonización cultural”. Permítanme contarles una hermosa historia acontecida aquí, en nuestras pampas. Su protagonista tiene nombre, literalmente, de película. Belisario, tal es el nombre de nuestro amigo, fue una rata argentina que hace cinco décadas viajó en un cohete llamado Yarará, permitiéndole a la Argentina convertirse en el cuarto país de la historia en lanzar seres vivos abordo de cohetes.
De alguna manera, la historia de Belisario comienza mucho antes, más precisamente en la década del ‘40, años en los cuales Argentina se destacaba por poseer una industria pesada de vanguardia. Automóviles, motocicletas, aviones, los Altos Hornos Zapla en la provincia de Jujuy, son meros ejemplos de lo que supimos construir (y destruir). En el contexto mencionado eran muchos los recursos humanos altamente calificados con los que se contaba a fin de lograr semejante pujanza. En lo que respecta a las actividades espaciales, comenzó a destacarse el ingeniero mendocino Teófilo Tabanera, quien junto a un grupo de entusiastas fundó en 1949 la Sociedad Argentina Interplanetaria. Todo este fructífero ecosistema de científicos, técnicos, universidades e institutos permitirían años más tarde la concreción de lo que sería la primer agencia espacial latinoamericana. En 1960, y bajo la dirección de Tabanera, se crea la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), institución enmarcada en la Fuerza Área Argentina, la cual tenía bajo su control todas las actividades espaciales a desarrollarse en nuestro país.
Uno de los proyectos más importantes de la CNIE fue el denominado BIO, cuyo principal objetivo fue lanzar al espacio distintos seres vivos, regresándolos sanos y salvos. Es así que hace exactamente 50 años, un 11 de abril de 1967, Belisario fue vestido con un arnés y un chaleco especialmente diseñados para soportar grandes aceleraciones a fin de ser colocado en el que sería su nave espacial: una cápsula en el interior de un cohete de fabricación nacional llamado Yarará. En aquel día, el Yarará despegó a las 10 de la mañana desde la Escuela Aerotransportada de Córdoba con quien podríamos denominar el primer astronauta argentino. Si bien Belisario no llegó al espacio (consideramos el inicio del espacio exterior al llegar a una altura de unos 100km), su viaje fue sin duda alguna no sólo un hito para los argentinos involucrados sino en particular para la astronáutica mundial. La altura máxima que alcanzó Belisario fue de 2.400 metros soportando la escalofriante aceleración de 20 veces la de la gravedad terrestre (20G).
Para darnos una idea del estrés físico que esto significa, debemos tener en cuenta que las máximas aceleraciones que puede soportar un ser humano son las alcanzadas en algunas misiones tripuladas en las cuales los astronautas sufren aceleraciones de unas 10 a 12G. El vuelo de Belisario desarrolló una trayectoria parabólica y a 28 segundos del despegue se desplegó el paracaídas de la cápsula con nuestro amigo en su interior. Debido al viento reinante en la zona, la cápsula fue desplazada a una zona distinta a la que se planeaba, pudiendo recuperar a Belisario 50 minutos más tarde. Si bien se encontraba muy transpirado y con 8 gramos menos de peso, esta rata se convirtió realmente en todo un símbolo de las capacidades científicas y técnicas alcanzadas por la CNIE.
Posteriormente, la hazaña de Belisario fue superada por otro compatriota, el mono Juan, un mono misionero que cinco meses después del primer alunizaje humano, el 23 de diciembre de 1969 despegó desde el Centro de experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados de Chamical, La Rioja. Juan, de casi un kilo y medio y 30cm de largo, alcanzó una altura de unos 80km respecto de la superficie terrestre abordo de otro cohete argentino, el Canopus II.
Belisario y Juan son dos meros ejemplos de lo que fuimos (y somos) capaces de hacer cuando se apoya y financia como corresponde a la educación, la ciencia y la tecnología. Ni más ni menos, supimos quedar en la historia grande de la conquista del espacio. Los resultados recientes alcanzados con el diseño y fabricación nacional de los satélites Arsat y los lanzadores VEx y Tronador II nuevamente dan prueba cabal de nuestras capacidades como sociedad. Para que estos programas continúen a fin de desarrollar definitivamente a nuestra nación, es que resulta imperiosa la necesidad de comunicar y divulgar nuestra historia. Es por ello que desde el Planetario Ciudad de La Plata nos propusimos hace casi dos años realizar una serie animada en formato fulldome única en su tipo en todo el mundo. Se trata de Belisario, el pequeño gran héroe del cosmos, una historia de 12 capítulos a partir de los cuales contaremos todo lo desarrollado por Argentina en materia espacial. Faltan sólo días para que desde el Planetario de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la UNLP hagamos el estreno. Será un momento realmente esperado por muchos. Será un momento único en el cual junto a Belisario viajaremos hacia el pasado y el futuro. A 50 años del viaje de nuestro pequeño y gran héroe, la historia comienza ahora.
* Director de Gestión Planetario Ciudad de La Plata
Licenciado en economía de la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Economía (Ph.D.) por la Universidad de Michigan (EE.UU.). Director del Instituto de Economía de la Unicen. Profesor full-time en la UTDT y director del Centro de Investigación en Finanzas (CIF) - UTDT.
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